Por tus
palabras serás declarado justo, y por lo que digas vendrá tu condenación”. (Mateo
12:36-37)
Durante mucho tiempo he
pensado en las cosas dolorosas de la vida y una de ellas es ser el blanco de comentarios mal intencionado
y cual maligna suele ser la lengua libertina y cuantos sufrimientos y lagrimas
nos ha causado. Cuantas familias enteras
han sido divididas, cuantos feligreses se han apartado de la iglesia, cuanta
desconfianza se ha sembrado por la difamación, rompiendo todo lazo de amor. Sin
lugar a dudas, todos hemos experimentado el uso devastador de la calumnia y qué
razón tenía Mark Twain al escribir “Son necesarios tu enemigo y tu amigo,
trabajando juntos, para hacerte daño: aquel que te calumnia y el otro que te
lleve las noticias”.
Mucha tristeza causa ver
como en todas partes las personas son manipuladas, creyendo muchas veces todo
lo malo que dice una persona al servicio o no de la iglesia y son varios los que creen
lo más malo de los demás sin analizar la
fuente ni las razones de los comentarios, dañando gravemente el honor, la reputación
y la dignidad del prójimo y esto es un pecado de juicio y de oído.
Cuando uno es difamado, está
siendo tentado a identificar al mentiroso para darle su merecido, para pararle
el carro, pero debemos ser buenos cristianos y orar por los que nos hacen daño
y tener una buena conciencia demostrando con obras y dando un buen testimonio
para que los malhechores que nos difaman, sean avergonzados por nuestra buena
conducta en Cristo como nos enseña Primera Pedro 3, 16. Lucas 6, 28 "Bendecid a los que os maldicen, y orad
por los que os calumnian.”.
2509 Una falta cometida contra la verdad exige
reparación
Papa Francisco “Dónde hay calumnia, está el mismo Satanás”. La calumnia busca
destruir la obra de Dios y nace del odio.
San Juan Bosco “Obrar
bien y dejar a la gente que hable”.
Las plumas regadas
Una
mujer fue a confesarse con San Felipe Neri acusándose de
haber hablado mal de algunas personas. El santo la absolvió, y le puso
como penitencia que tomara una gallina y volviera donde él desplumándola poco a
poco a lo largo del camino. Cuando estuvo de nuevo ante él, le dijo:
"Ahora vuelve a casa y recoge una por una las plumas que has dejado caer
cuando venías hacia aquí". La mujer le mostró la imposibilidad: el viento
las había dispersado. Ahí es donde quería llegar San Felipe. "Ya ves -le
dijo- que es imposible recoger las plumas una vez que se las ha llevado el
viento, igual que es imposible retirar murmuraciones y calumnias una vez que
han salido de la boca".
1.
Eclesiastés 7,21-22 “Tampoco prestes
atención a todo lo que se dice, no sea que escuches a tu servidor que te
maldice. Porque, además, tú sabes muy bien cuántas veces has maldecido a
otros”.
2.
Salmo
15,1-3 “Yahveh, ¿quién morará en tu
tienda?, ¿quién habitará en tu santo monte? El que anda sin tacha y obra la
justicia, que dice la verdad de corazón, y no calumnia con su lengua...”
3.
Santiago 4-11 “Hermanos, no hablen
mal los unos de los otros. El que habla en contra de un hermano o lo condena,
habla en contra de la Ley y la condena. Ahora bien, si tú condenas la Ley, no
eres cumplidor de la Ley, sino juez de la misma”.
4.
Murmurar
sobre las faltas reales o percibidas de otras personas es otra cara de este
problema: aquellos que murmuran desparramando sus quejas en voz baja que es lo
suficientemente alta para que lo escuchen quienes les rodean. En su Santa
Regla, San Benito advierte varias veces contra la murmuración (cf. capítulos 4,
5, 23, 34, 35, 40).
5. Proverbios 12:13 Cuántos sufrimientos y cuántas lágrimas nos han causado
la difamación o maledicencia! Es uno de los medios más poderosos que utiliza
el enemigo de nuestras almas para quebrantar el corazón, para hacer división entre
los hijos de Dios, para arruinar, incluso, casas enteras y asambleas
florecientes. Y ¡cuán fácil es para algunos creyentes caer en esta trampa.
6. Efesios 4:30 “Arranquen de raíz
entre ustedes: los disgustos, los arrebatos, el enojo, los gritos, las ofensas
y toda clase de maldad. Por el contrario, muéstrense buenos y comprensivos unos
con otros, perdonándose mutuamente, como Dios los perdonó en Cristo”. (Efesios
4:30)